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domingo, 11 de marzo de 2012

Amor:



Al hablar de la voluntad dijimos que una de las cinco formas de querer
podía llamarse amor de benevolencia. La benevolencia como actitud moral
también nos es familiar: consiste en prestar asentimiento a lo real,
ayudar a los seres a ser ellos mismos.



Si pensamos un poco más en esa definición, y sobre todo en esa actitud,
enseguida descubriremos que consiste en afirmar al otro en cuanto otro.
Esto también puede ser llamado amor: «amar es querer un bien para otro».
El amor como benevolencia consiste, pues, en afirmar al otro, en querer
más otro, es decir, querer que haya más otro, que el otro crezca, se
desarrolle, y se haga «más grande». Esta forma de amor no refiere al ser
amado a las propias necesidades o deseos, sino que lo afirma en sí mismo,
en su alteridad. Por eso es el modo de amar más perfecto, porque es
desinteresado, busca que haya más otro. También podemos llamarlo
amor-dádiva, porque es el amor no egoísta, el que ante todo afirma al
ser amado y le da lo que necesita para crecer. Por eso, amar es afirmar
al otro.



Sin embargo, también existe la inclinación a la propia plenitud, un
querer ser más uno mismo. Esto es una forma de amor que podemos llamar
amor-necesidad, porque nos inclina a nuestra propia perfección y
desarrollo, nos hace tender a nuestro fin, nos inclina a crecer, a ser
más. Por eso podemos llamarlo también amor de deseo. Esta forma de amor
es el primer uso de la voluntad, que hemos llamado simplemente deseo o
apetito racional. Según él, amar es crecer. En cuanto la voluntad asume
las tendencias sensibles, en especial el deseo, éstas pueden llamarse
también amor, en el sentido de amor-necesidad o amor natural: «se llama
amor al principio del movimiento que tiende al fin amado», como dijimos
al clasificar los sentimientos y pasiones.



Hay que decir, sin embargo, que llamar amor al deseo de la propia
plenitud, a la inclinación a ser feliz, a la tendencia sensible y a la
racional, puede hacerse siempre y cuando este deseo no se separe del
amor de benevolencia, que es la forma genuina y propia de amar de los
seres humanos. La razón es la siguiente: el puro deseo supedita lo
deseado a uno mismo, es amarse a uno mismo, porque entonces se busca la
propia plenitud, y la consiguiente satisfacción, y, por así decir, se
alimenta uno con los bienes que desea y llega a poseer. Pero a las
personas no se las puede amar simplemente deseándolas, porque entonces
las utilizaríamos para nuestra propia satisfacción. A las personas hay
que amarlas de otra manera: con amor de amistad o benevolencia.



Así pues, el amor se divide de un primer modo, que es considerando su
forma, uso o manera, que es, como se acaba de ver, doble: el
amor-necesidad y el amor dádiva. En las acciones nacidas de la voluntad
amorosa, que se explicarán después, sucede algo realmente singular: el
quinto uso de la voluntad (el amor dádiva) refuerza y transforma los
cuatro restantes, empenzando por el amornecesidad o deseo. Hay, pues,
una correspondencia del amor de benevolencia con el amor-necesidad y los
restantes usos de la voluntad, de la cual resulta que éstos se potencian
al unirse con aquél. Antes de exponer esas acciones, y para terminar la
exposición general acerca del amor, son necesarias tres precisiones:



1) Todos los actos de la vida humana, de un modo o de otro, tienen que
ver con el amor, ya sea porque lo afirman o lo niegan. El amor es el uso
más humano y más profundo de la voluntad. Amar es un acto de la persona
y por eso ante todo se dirige a las demás personas. Sin ejercer estos
actos, y sin sentirlos dentro, o reflexionar sobre ellos, la vida humana
no merece la pena ser vivida.



De aquí se sigue que el amor no es un sentimiento, sino un acto de la
voluntad, acompañado por un sentimiento, que se siente con mucha o poca
intensidad, e incluso con ninguna. Puede haber amor sin sentimiento, y «sentimiento»
sin amor voluntario. Sentir no es querer. En las líneas que siguen se
pueden ver muchos ejemplos de actos del amor que pueden darse, y de
hecho se dan, sin sentimiento «amoroso» que los acompañe. El amor sin
sentimiento es más puro, y con él es más gozoso. Pero ambos no se pueden
confundir, aunque tampoco se pueden separar.



Ese sentimiento, que no necesariamente acompaña al amor sensible o
voluntario, puede llamarse afecto. Amar es sentir afecto. El afecto es
sentir que se quiere, y se reconoce fácilmente en el amor que tenemos a
las cosas materiales, las plantas y los animales, a quienes «cogemos
cariño» sin esperar correspondencia, excepto en el caso de los últimos.
El afecto produce familiaridad, cercanía física, y nace de ellas, como
ocurre con todo cuanto hay en el hogar. Pero además de afectos, el amor
tiene efectos: como todo sentimiento, se manifiesta con actos, obras y
acciones que testifican su existencia también en la voluntad. Los
afectos son sentimientos; los efectos son obra de la voluntad. El amor
está integrado por ambos, afectos y efectos. Si sólo se dan los primeros,
es puro sentimentalismo, que se desvanece ante el primer obstáculo.



2) Uno de los efectos del amor es su repercusión en el propio sujeto que
ama, y se llama place, que es el gozo o deleite sentido al poseer lo que
se busca o realizar lo que se quiere. De este modo «el placer
perfecciona toda actividad» y la misma vida, llevándola como a su
consumación. Se pueden señalar dos clases de placeres: «los que no lo
serían si no estuvieran precedidos por el deseo, y aquellos que lo son
de por sí, y no necesitan de esa preparación».



A los primeros podemos llamarles placeres-necesidad, y nacen de la
posesión de todo aquello que se ama con amor-necesidad, por ejemplo, un
trago de agua cuando tenemos sed. A los segundos podemos llamarlos
placeres de apreciación, y llegan de pronto, como un don no buscado, por
ejemplo, el aroma de un naranjal por el que cruzamos. Este segundo tipo
de placer exije saber apreciarlo: «los objetos que producen placer de
apreciación nos dan la sensación de que, en cierto modo, estamos
obligados a elogiarlos, a gozar de ellos», por ejemplo, todos los
placeres relacionados con la música. Se sitúan en el orden del
amor-dádiva porque exigen una afirmación placentera de lo amado
independiente de la utilidad inmediata para quien lo siente. El término
satisfacción, que se puede aplicar al primer tipo de placer, esclarece
también lo que se quiere indicar con el segundo.



La idea más habitual acerca del placer lo restringe más bien a la
fruición sensible y «egoísta» propia de los placeres-necesidad (dejarse
caer en el sillón al llegar a casa), pero tiende a dejar en la penumbra
la satisfacción, más profunda, de los placeres de apreciación (encontramos
un regalo en nuestra habitación). Los placeres gustan al hombre, de tal
modo que los busca siempre que puede. Está expuesto por ello al peligro
de buscarlos por capricho, y no por necesidad, haciendo de ellos un fin,
incurriendo entonces en el exceso (beber más de la cuenta si estamos
sedientos). Enseñar a alcanzar el punto medio de equilibrio entre el
exceso y el defecto de los placeres corresponde a la educación moral,
que produce la armonía del alma.



3) La división del amor en amor-necesidad y amor-dádiva se hace, como se
ha dicho, según el modo de querer en uno y otro caso (primer y quinto
uso de la voluntad respectivamente). Sin embargo, también se puede
dividir el amor según las personas a quienes se dirige, según tengan con
nosotros una comunidad de origen, natural o biológico, o no lo tengan.



En el primer caso, se da una cercanía y familiaridad físicas que hacen
crecer espontáneamente el afecto: padres, hijos, parientes... Este es un
amor a los que tienen que ver con mi origen natural. Podemos llamarlo
amor familiar o amor natural. Cuando no se da esta comunidad de origen,
el tipo de amor es diferente: lo llamaremos amistad, que a su vez puede
ser entendida como una relación intensa y continuada, o simplemente
ocasional. Un tercer tipo es aquella forma de amor entre hombre y mujer
que llamaremos eros y forma parte la sexualidad, y de la cual nace la
comunidad biológica humana llamada familia: es un amor de amistad
transformado, intermedio entre esta última y el amor natural.

 

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